lunes, 30 de octubre de 2017

Niñas quebradas








Se ha instalado la violencia en el ojo del huracán, simples y llanos los gritos, ahogados en la almohada. La ruleta empieza a rodar con el juego de cartas. El alma humana se vuelve humo negro, y atraviesa las huestes; madres, padres, ministros, contemplan ciegos el secreto, el espanto, tantos monstruos de golpe no pueden estar vivos.
Sé de la indecencia, incapaz de hacer nada. No puedo llamar a las puertas de aquella casa, ahora sólo hay sombras; un viejo roñoso mira pasar la vida y se detiene ojiplático en su mísero onanismo. Espera la muerte de su vida asquerosa y se enfrenta a ella como un vikingo. Destrozó una existencia y nunca le pasó nada. No merece vivir, y no se percata.
Una niña se agarra a la vida y su presagio es fútil, volátil. Busca la alegría en algún sitio y sólo descubre enfermedad. Es lento su caminar pero persiste, mira hacia arriba, intenta olvidar. Se apaga su amor cada día, se crece a destellos, lucha y decae con la misma fragilidad.
Nunca encontró su sitio, una calma, algo más allá de la soledad. Ahora es amada y la cuidan, pero siguen las ganas de escapar. Escapar de su cuerpo forzado y de la mente, volar. Insistir en esa búsqueda de la felicidad. Merecería tanto, tanto, triunfar. Borrarlo todo y volver a empezar. Invoca la salvación con la resignación de una heroína. Es tan valiente que asusta su fuerza. Nadie sabe como ella caer y volverse a levantar. Desafiar a la ruleta... Sólo le queda aprender a olvidar.



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