miércoles, 20 de septiembre de 2017

Para ti











Has hecho cosas buenas; me has dejado al libre albedrío de decisiones locas, y no he desistido... He tomado esas locas decisiones sin arrepentimiento.

Y no has sido tan severa conmigo. Me has dejado desconcertada, inquieta, incluso sin apetito. Me has ordenado en cierta manera parar, detenerme, pensar, tenerme en cuenta. Te has reído si ha convenido. Y también, si ha sido preciso, has buscado como aliado aquello que sé, lo que intuyo, la voz que me habla y que a veces busco, sin éxito.

Me has hecho triunfar a destellos, fracasar días enteros, titubear con resignación. Me has amargado la existencia y me la has salvado. Me has puesto en bandeja de plata la felicidad. Me has inyectado la tristeza. Me has hundido, me has levantado, me has definido y difuminado.

Pero a veces lo he visto claro, tan claro... Me has llevado por ese camino, DUDA, el de la sabiduría ocasional. Quiero saber, es simple, no hay nada estudiado. Quiero saber, quizá me equivoque. Pero al menos estoy en el intento...




sábado, 9 de septiembre de 2017

La banda sonora de un largo camino









Ésta es la continuación de la historia autobiográfica que publiqué hace unos días, sobre el exilio de mi familia. Toda la historia tiene una banda sonora, con algunas de las canciones que más escuché en la infancia, de la Nueva Canción Chilena. Son canciones que, a mi juicio, ayudan a entender cuál fue el ambiente y la sensibilidad que constituyó el caldo del cultivo del triunfo de la Unidad Popular. Y también para entender el porqué fue tan doloroso el ver truncado ese sueño de mejora de las clases más desfavorecidas, en una sociedad con fuertes diferencias sociales. Añado una pequeña explicación de cada tema, con algunos datos que ya tenía y otros que he tenido que buscar. La playlist acaba con tres maravillosas representantes de una novísima canción chilena, aunque, advierto: la he hecho colaborativa y es probable que vaya creciendo con las aportaciones de otros chilenos y chilenas a los que quiero invitar a participar.




1. Arriba en la cordillera, de Patricio Manns. Escrita en 1965 e incluida en el álbum “Entre mar y cordillera”. Está inspirada en el contacto real que el cantautor tuvo con arrieros cordilleranos, pasando junto a ellos por el paso de Atacalto, en los 50.

2. La carta, de Violeta Parra. Una de las recopiladoras y divulgadoras de la música popular más fundamentales de todos los tiempos escribió "La carta" tras ser avisada de que su hermano Roberto (dramaturgo, escritor, músico, folclorista y cantautor) había sido apresado. Era una época de injusticia y de abuso de las clases deprimidas, de la que se hace perfectamente eco la mítica folclorista y cantautora fallecida en 1967.

3. Volver a los diecisiete, de Violeta Parra. Pese a haber sido la autora de dos de los cantos a la vida más conmovedores de todos los tiempos, esta canción y "Gracias a la vida", Violeta Parra decidió quitarse la vida pegándose un tiro en la sien. Mi madre me contó que era muy enamoradiza, y que se suicidió tras un fracaso amoroso. Solo ella sabe, en realidad, cuál fue el motivo.

4. Te recuerdo Amanda, de Víctor Jara. Una voz, una historia y una guitarra; no hace falta nada más para trasladarnos a un relato desgarrador. Una canción que se explica por sí sola de uno de los cantores más maravillosos de todos los tiempos. De forma obsesiva e ignominiosa los militares le persiguieron y acabaron con su vida, tras infringirle horribles torturas. Desde entonces es un símbolo.

5. El derecho de vivir en paz, de Víctor Jara. Canción protesta, de 1971, en contra de la feroz intervención estadounidense en Vietman.

6. Vientos del pueblo, de Víctor Jara e Inti-Illimani. Una canción triste, premonitoria, en plena crisis política y que anticipaba el alzamiento armado. La canción incluye unos versos de Miguel Hernández, de un poema homónimo.

7. Venceremos, de Quilapayún. Himno de la campaña presidencial de Salvador Allende, en 1970. 

8. El pueblo unido jamás será vencido, de Quilapayún. Interpretada por primera vez en directo en 1973, tres meses antes del golpe, se convertiría en uno de los himnos de la resistencia y, su estribillo central, en uno de los lemas más universales de todos los tiempos.

9. Canción final de la Cantata de Santa María de Iquique, de Quilapayún. Obra cumbre de la nueva canción chilena, de Luis Advis. La cantata incluye dieciocho partes entre relatos, canciones e interludios, y está basada en la matanza de la Escuela Santa María de Iquique, acontecida el 21 de diciembre de 1907, donde 3.600 obreros de las oficinas salitreras fueron asesinados por el Ejército de Chile durante una protesta. He escogido la canción de despedida, pero recomiendo escucharla entera a quienes no lo hayan hecho aún.

10. Tatati, de Inti Illimani. Los rescatadores del folclor popular no sólo se sumaron a la oleada de la protesta política y social, sino que también fueron capaces de generar éxitos que se convirtieron en mainstream, como esta extraordinaria pieza instrumental de 1972.

11. Titicaca, de Quilapayún. Los dos grandes grupos de la Nueva Canción Chilena parecían diferenciarse, según opinaban algunos de sus seguidores, por el virtuosismo de Quilapayún con las voces y de Inti Illimani con los instrumentos. Este tema popular demuestra que la distinción no era del todo justa, y que los Quilapayún también se desenvolvían estupendamente bien en las piezas instrumentales.

12. El mercado de Testaccio, de Inti Illimani. Ésta es una de las composiciones que explican el por qué, si tuviera que elegir entre ellos o Quilapayún, me quedo con Inti Illimani. Este tema de 1981 es una creación en el exilio italiano de la banda, es la melancolía pero es también la integración, la fusión y el amor por la tierra de acogida. Me emocionó llegar un día en Roma al Mercado de Testaccio, el barrio en el estaba alojada. Me causó una gran impresión.

13. Vuelvo, de Inti Illimani. Otra de esas canciones que se explican por sí solas, sobre el retorno, el olvido, el perdón, la derrota... Una canción sobre el fin del exilio, escrita por Patricio Manns y Horacio Salinas. El destierro no logró agotar su grandísimo talento.

14, Todo cambia, de Mercedes Sosa. Probablemente sea ésta la pieza que más identifica a los hijos del exilio. Escrita por Julio Numhauser, quien fuera fundador de Quilapayún y que posteriormente estuvo exiliado en Suecia. Por lo visto la letra es una versión libre de la pieza "Muda la vana esperanza", de autor anónimo, según explica el blog  Si Yo Cambio Todo Cambia. El tema fue recopilado por Juan Alfonso Carrizo (1895-1957), uno de los más grandes investigadores argentinos de la tradición oral, en su “Cancionero popular de Salta” publicado en 1933. Además de la letra y la música, hay que subrayar la interpretación magistral de Mercedes Sosa, una artista enorme (para mi, su "Alfonsina y el mar" es la mejor de todos los tiempos).

15 y 16. Lonquen y Canto Libre, de Francesca Ancarola. Nacida en 1968, Ancarola es una digna heredera de los padres de la Nueva Canción Chilena. Estas dos piezas de su  disco de tributo a Víctor Jara las he colocado juntas ya que no entiendo la una sin la otra, tienen una hermosa continuidad.

17. Yo enterré mis muertos en tierra, de Camila Moreno. De entre todos los artistas citados, esta intérprete es la que más se acerca a la música que escucho en la actualidad. La conocí con la fantástica "Te quise", pero ésta que he incluido me ha parecido más apropiada para la playlist. Camila Moreno es muy joven, nació en 1985, pero es una cantautora extraordinaria.

18. Identidad,de Vasti Michel. Otra cantora llamada a actualizar la nueva canción, que debutó a los 30 años. Que las novísimas incluidas en esta lista sean mujeres no es casualidad; ya que la mamá fue Violeta Parra, es justo reivindicar a sus hijas.



Y eso es todo, aunque debo advertir, que esta lista es colaborativa. Están invitados a participar los integrantes del grupo Hijos e Hijas del Exilio, si les apetece dar a conocer sus canciones de infancia, o a los nuevos artistas que han conocido con posterioridad.

Como guinda, añado una versión de "La carta" muy especial, del grupo Holden. Se trata de un grupo de París, ya disuelto (o al menos dormido) bastante conocido en Chile, que tiene "casualmente" como cantante a una de mis mejores amigas de toda la vida, Armelle. Es una versión que, personalmente, me encanta; espero que a los que la oigan también les guste.



lunes, 4 de septiembre de 2017

Chile 1973: El largo camino del exilio


Yo, con el uniforme del kindergarten





Yo, una vez, tuve una patria. Nací en un país largo y estrecho, y tuve una primera infancia feliz. Mi primer recuerdo lo tengo de un terremoto, cuando me quedaban pocos meses para cumplir los tres años. He buscado la fecha exacta para escribir esto y me he asustado: fue justo veinte años antes de la muerte de mi madre, el mismo día y casi a la misma hora (sino fuera por la diferencia horaria.)

Mi madre y mi padre, conmigo de bebé
Mi madre, Monserrat, era española, mi padre, Alejandro, es chileno. Nací en Santiago, pero crecí en Quillota, en la Región de Valparaíso. Mis abuelos, emigrantes españoles en Chile de cuando la hambruna posterior a la Guerra Civil (mi abuelo luchó en el bando republicano, resultó herido y acabó en prisión), se instaló junto a mi abuela en el barrio capitalino de Esperanza. Allí creció mi madre, adónde llegó con cinco años. Nunca olvidó su infancia, a sus compañeras, el colegio, su felicidad. Una de sus mejores amigas de por aquel entonces, Lupe, se convirtió años más tarde en mi madrina. Cuando murió mi madre, cumplimos su deseo de esparcir sus cenizas por el camino que iba de su casa a la escuela, aunque tuvimos que hacer la ruta a la inversa. Creo que nos lo perdonará.

Mi hermano y yo con mis abuelos, Agustín
 y Puri
Mi abuelo consiguió un trabajo en una imprenta, donde llegó a convertirse en encargado. Le precedió su fama de español responsable y trabajador. Mis abuelos lograron construirse una casa con patio y garaje en Renca, al lado de las callampas santiaguianas (barrios de chabolas), muy cerca de donde en 1973 fue asesinado el sacerdote catalán Joan Alsina... fue la casa que yo conocí. Mi abuela, que era de un pueblo de Navarra (Artajona), criaba allí a sus gallinas. Recuerdo una vez que asistimos a cómo le retorcía el cogote a una gallina, la desplumaba y nos las comíamos. No sé si fue antes o después, mi hermano y yo la encerramos en el gallinero. Es más que probable que fuera en represalia de la escena que nos había hecho vivir. También en esa casa me mordió el perro, y me pillé los dedos en la verja de hierro.


Mi abuelo Alejandro,en el centro, en una comida del Partido Radical,
y mi abuela Clotilde

Con mi familia vivíamos en la calle Yungay, de Quillota, y yo iba al Kinder garten (guardería), donde a la maestra la llamábamos "tía." Allí conocí a mi primer novio, Pablito. Sólo recuerdo que mi enamorado no tenía pelo, que me cogía de las manos y que me decía cuánto me quería. Si Pablito supiera que aún me acuerdo... Mi abuela Clotilde tenía una peluquería, vivía en la casa en la que creció mi padre, en la calle Bulnes. A mi abuelo paterno no llegué a conocerlo (escribiendo esta historia, mi padre recién me ha contado que mi abuelo fue dirigente del Partido Radical, en Quillota. Se llamaba Isidoro Alejandro Navarrete Vera, y en la foto que me envió mi padre aparece junto al candidato presidencial de su partido, Julio Durán, en 1961, Murió un par de años antes de que yo naciera).

Yo, con mi muñeca, en el destartalado patio de casa
En mi casa también teníamos patio, aunque muy destartalado, y muchas veces venían nuestros vecinos a jugar, cuando no íbamos nosotros a su casa. En una de esas visitas recuerdo haberme metido en la boca una mosca muerta para probar su sabor. No lo intentéis.

Yo era la mayor de mis primos, maternos y paternos, por lo que únicamente conocí a mis primos de Concepción; el resto no habían nacido, o quizá eran aún bebés. Lo cierto es que, un día, esa infancia se truncó.

Mi padre, licenciado en Historia y Geografía y profesor, trabajaba por aquel entonces en INDAP, en la educación de los campesinos a los que se dieron las tierras expropiadas en el marco de la reforma agraria, impulsada por Frei y consolidada en época de Allende. Ese intento de acabar con el latifundismo formó parte del combustible del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, entre otros motivos de sobras conocidos.

Ese trabajo y alguna traición de por medio fue lo que llevó a mi padre a la cárcel, al consejo de guerra, al extrañamiento y al exilio político. Esto último, a él y a su mujer e hijos.

Entre mis vagos recuerdos están los mítines políticos, y no sé si de forma real o alimentada por lo que supe después, creo haber respirado el entusiasmo de una nación que en esos días quería contribuir a crear un mundo nuevo, desde el socialismo moderado de Allende -Pablo Neruda, el candidato del Partido Comunista, le cedió encantado el liderazgo de la Unidad Popular.

Yo en ese tiempo no conocía a Víctor Jara, pero me sabía de memoria el "Soy Rebelde", de Jeannette. Tenía cuatro años. La cantaba frente al televisor en el comedor de casa. El mismo comedor en el que desarrollaba mi extraña afición por comer papel. Desde su ventana, un día vi aparecer a mi padre acompañado por dos militares, llevando a cuestas su colchón.

Yo sabía que mi padre había estado en la cárcel; con mi madre habíamos intentado llevarle una olla con comida, creo que sin éxito. No sabíamos cuando iba a volver a casa, y mi madre desconocía si estaba siendo torturado, como sí ocurrió con otros presos. Mi padre tuvo suerte. Quillota era un pueblo pequeño, y entre los que le apresaron, había algún que otro excompañero de colegio.

La alegría de tener a mi padre de vuelta duró poco. Creo que, con buen juicio, cambió su pena de extrañamiento (destierro interior) por el exilio, a propuesta del fiscal militar. Mi madre era española, lo que facilitaba las cosas. El extrañamiento suponía el riesgo de ser de nuevo apresado en cualquier momento, con el peligro -esta vez sí- de ser torturado, o desaparecido.

Fue en ese preciso instante cuando comencé a perder mi patria.

Mi padre subió al avión escoltado por dos militares, el 9 de febrero de 1974, el mismo día que cumplía 31 años. Al respecto, me cuenta mi padre mientras intentamos contrastar lo que yo recuerdo que él me contó con lo que ocurrió en realidad: "Los conscriptos que mandaron los milicos a escoltarme al avión (con el típico teatro de los fachistas) eran muy jóvenes, haciendo el servicio militar obligatorio (con 18 o 19 años). Recuerdo que uno de ellos me preguntó en voz baja si le podía pasar algo a su hermano 'prisionero' en el estadio nacional. No recuerdo qué le contesté, supongo algo para tranquilizarle. Es curioso, él llevaba una metralleta en sus manos, y no podía hacer nada para salvar a su hermano (mataron a muchos de estos jóvenes por preguntar por sus parientes prisioneros)".

De la mano de Joan Casañas, un "cura obrero" de Agermanament y posterior cofundador del centro de estudios Cidob, que vivió unos años en Chile, llegó a Sabadell. Allí esperó mi padre nuestra llegada. De ese tiempo fue la primera anécdota divertida. Le preguntaron, en la casa en la que le acogían: "¿le gustan las judías?" Él se quedó perplejo y respondió: "¿rubias o morenas?" En Chile a las judías se las conoce como porotos.

Mientras preparábamos nuestra partida, nos quedamos en casa de mis abuelos en Santiago.
Cédula de identidad chilena
En esos días empecé a sentir el miedo, con los disparos, de noche, durante el toque de queda. Mi abuelo me quiso tranquilizar enseñándome la pistola que guardaba en el velador (de cuando era oficial en el ejército republicano). Creo que entonces aún sentí más miedo.


Muchos años después, leí unos versos de Neruda que me resultaron premonitorios, aunque los escribiera en el Madrid de las bombas de la Guerra Civil. El mismo dolor y las mismas sensaciones:

Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!

("Explico algunas cosas")

Mi hermano Alex y yo, en el
Donizetti
En abril de 1974 embarcamos en el Donizetti, transatlántico italiano (comimos pasta todos los días) con el que llegamos 24 días después al Puerto de Barcelona. Allí nos recibió mi padre y la estatua de Colón, además de las familias que nos ayudaron en los primeros tiempos (Caba, Torrella, Casañas...). No volveríamos a Chile hasta dieciocho años después, los mismos que mi padre pasó sin ver a su madre.

Se calcula que la cifra de exiliados políticos fue de doscientas mil personas, aunque hay fuentes que doblan la cifra o que incluso se refieren a un número que se acerca al millón. Supongo que las diferencias estriban en si se cuentan a los exiliados en exclusiva o se suman también a los miembros de sus familias, quienes también fuimos expatriados. No está mal para un país que por aquel entonces contaba con menos de once millones de habitantes.

Los destinos fueron muy diversos, aunque para mi sorpresa, España no está en la lista de los ocho principales países de acogida de los exiliados chilenos, lista que ocupan Argentina, Estados Unidos, Venezuela, Canadá, Francia, Italia, Suecia y Australia.

Imagino que una de las principales razones de que esto fuera así fue porque España estaba aún sumida en las tinieblas del franquismo, de que no era fácil huir de un alzamiento fascista para ir a parar a un país aún con dictadura. En mi mente de niña, aún recuerdo el impacto que nos causaban las furgonetas llenas de grises, y del susto que se llevaba mi madre cada vez que mi hermano pequeño, para provocar, gritaba en la calle a voz en grito "amnistía y libertad".

"Missing", de Costa-Gavras
Pero también el exilio chileno, nuestro exilio, fue bien recibido por la corriente de simpatía que había despertado el gobierno de la Unidad Popular y también por los desmanes del dictador Pinochet y del apoyo criminal de los Estados Unidos (como bien relata Costa Gavras en "Missing."). Esa corriente de simpatía ha durado hasta ahora; siendo adulta, sientes aún el apoyo de quienes estuvieron al corriente de todo lo que ocurrió en Chile. Y luego estuvo Garzón, y las investigaciones periodísticas... pero no anticipemos.

Pese a todo el apoyo, a la buena acogida, no dejábamos de estar en un país extraño y lejos de nuestra familia. Vivíamos con nostalgia, con melancolía... La niña despierta y segura de sí misma que fui se fue apagando. Nada más llegar engordé varios quilos, por el cambio de alimentación, imagino. Llevé muy mal a los que ahora considero escasos episodios de invitaciones para regresarme a mi país durante las disputas en el patio de la escuela. A veces, mis compañeras me llamaban india. Cuando se lo conté a mis papás, mi padre me dijo que les explicara a mis compañeras que yo era una princesa india, ya que mi padre era un toqui mapuche. Lo que nunca supo mi padre es que yo sí creí ser realmente una princesa india. Supongo que lo conté con tal convicción que mis compañeras lo creyeron.

Muchos años después, me pregunto si era una niña marginada o me marginé yo misma; el caso es que recuerdo ser una niña tímida, apocada, con miedo. Esa inseguridad la tuve que trabajar, mucho, en la edad adulta; especialmente cuando seguí mi vocación y me convertí en periodista.

La música fue, quizá, el contacto más cercano y real con lo que habíamos dejado atrás. La conciencia de que pertenecía a una familia chilena y de izquierdas. La explicación de lo que había pasado y por qué. Crecí escuchando a Víctor Jara, Quilapayún, Inti-Illimani... Recuerdo llorar muchas veces cuando escuchaba la Cantata de Santa María de Iquique, y si la memoria no me falla, uno de mis primeros conciertos, sino el primero, fue de un grupo chileno.

Con el tiempo llegó la poesía de Neruda, su maravillosa autobiografía ("Confieso que he vivido") o la biografía de Víctor Jara, no menos impactante. Esos eran mis escasos contactos de niña y adolescente con la cultura chilena. Con la familia, los contactos eran también arduos, difíciles; durante muchos años enviábamos las cartas certificadas y muchas veces llegaban abiertas, o no llegaban. Hablar por teléfono era carísimo, y se escuchaba fatal. Lo hacíamos sólo una vez al año, por Navidad. Mis abuelos españoles venían a pasar temporadas, a veces muy largas, pero eran españoles y a mi abuelo le daba más por hablar de la Batalla del Ebro que por contarnos cosas de Chile. Nadie en Chile en esas épocas podía llegar a imaginar los desmanes de Pinochet, su instinto asesino, las crueles historias que padecieron los detenidos, los ejecutados y los desaparecidos. Eso sí lo sabíamos más o menos los que estábamos fuera, pero no había forma de explicarlo a los que continuaban dentro.

A mi padre el cónsul de Chile en Barcelona, tras una disputa y después de tacharlo de antipatriota, le "obsequió" con una L en el pasaporte. Eso significaba la prohibición absoluta de volver a Chile. Mi padre compartía ese dudoso "honor" con la viuda de Allende o con el cineasta Miguel Littín. No eran más de veinte mil personas las que estaban en esa lista. El retorno no fue posible hasta el fin de la dictadura.

La ventaja de estar en España, país con el que compartíamos idioma, no era del todo así. Estábamos en Catalunya, donde se habla en catalán y donde estudiábamos en catalán. Pero yo en mis primeros años, infancia y adolescencia, nunca llegué a convertir el catalán en mi primera lengua. Al principio, yo me aferraba a mi lengua materna como un marinero al mástil de un barco zozobrando para no naufragar. "Qui perd la llengua, perd la identitat", me apoyó una vez un compañero de instituto, independentista. Para mi fue un choque cuando volví a Chile en 1991 y descubrí palabras como "cachai", la "pega" o descubrí la existencia de la chicha o el piscola. ¡Qué poco chilena me sentí! En ese momento tomé conciencia de no ser de ninguna parte, y de todo el mundo en general.



Con el Juez Guzmán,
mi padre y yo
Fue precisamente tras el fin de la dictadura cuando me reencontré, aunque fuera parcialmente, con mi "chilenidad". Cuando empezamos a conocer a cuentagotas la identidad de los cadáveres sin identificar, cuando la sociedad chilena fue comenzando a salir del sopor de la dictadura, cuando se publicó el Informe Rettig con el listado de crímenes y violaciones de los Derechos Humanos o cuando el juez Baltasar Garzón (a quien seguiría los pasos el juez Guzmán años después, en Chile) comenzó a perseguir al criminal Pinochet y a abocarlo a un arresto domiciliario. Me enorgullece saber que una parte de todo ese terror desvelado, que ayudó a que la sociedad chilena despertara, tiene que ver con el trabajo de personas a las que conozco bien. Muntsa Tarrés y Patty Parga tuvieron un papel fundamental en el reportaje sobre el fusilamiento de Joan Alsina, en el que por primera vez un militar pinochetista confesaba su crimen por televisión. Es difícil no quedar conmocionado cuando uno escucha los testimonios de ese reportaje televisivo. Casi diez años después, en 2007, sentí la misma emoción al ver el reportaje de "La funa de Víctor Jara", realizado entre otros por Nélida Díez, hija y hermana respectivamente de dos de las personas que más quiero en el mundo: Pilar (Cuca) y Montse.

Mi 11 de septiembre es distinto al de los catalanes, y al del 11-S en Estados Unidos. Mi 11 de septiembre fue el fin de un futuro que no sé cómo hubiera sido. Me arrebataron a mi familia, a mi país, cambiaron mi destino. Mis padres perdieron lo mismo, y además, tuvieron que volver a empezar. Perdieron su coche, la casa que estaban construyendo en el precioso pueblo de Limache, su confianza en el ser humano, a sus amigos... Todo lo que quedó les cabía en dos enormes baúles de madera pintados de color rojo. ¿Murió mi madre, a los 46 años, de melancolía?

De ahí llegamos a hoy día, justo cuando estoy escribiendo este post. Patty, que vive ahora en Bruselas, me agrega al grupo cerrado de facebook "Hijas e hijos del exilio Chile, víctimas directas de la dictadura", grupo que se creó (creo) en julio pasado y que en apenas un mes ha logrado cerca de mil integrantes, hijos e hijas del exilio de todas partes del mundo, también retornados. En el grupo, ellos se presentan, cuelgan sus fotos y cuentan su historia. Historias desgarradoras que yo no estoy autorizada a explicar pero que debería conocer todo el mundo. Son historias de hambre, desarraigo, dolor, muertes prematuras, racismo, bullying... Algunos de los testimonios de esa diáspora se pueden encontrar en la web Memorias de Exilio, pero todavía queda mucho por contar.

En lo personal, espero que todos entiendan que nunca, jamás, censuraré a nadie por intentar llegar a Europa huyendo de la miseria, como hicieron mis abuelos al instalarse en Chile. Ni que nunca, jamás, apoyaré los impedimentos para acoger a los refugiados de cualquier condición y origen. El mundo tiene que cambiar.






Historia de un oso (en inglés: Bear Story) es un cortometraje animado de 2014, dirigido por Gabriel Osorio y producido por Patricio Escala.2​ Fue ganador de la categoría mejor cortometraje animado en la 88.ª edición de los Premios Óscar. (Fuente: Wikipedia). Basado en una historia real de prisión, exilio y desarraigo durante la dictadura chilena.




* Nota: Este post se lo dedico a todas las personas citadas y, muy especialmente, al millar de #hij@sdelexilio que acabo de conocer, de todas partes del mundo, una cifra que va creciendo. Les invito a tod@s ellos a dejar sus testimonios en los comentarios, ni aunque sea anónimamente, para que la gente sepa, conozca, hasta qué grado el alzamiento fascista el Chile alteró a centenares de miles de vidas. Se lo dedico también a mis hijos, aunque son muy pequeños aún para entender esta historia.

* Nota 2: Como no podía ser de otra manera, este post tiene banda sonora. Estará lista este fin de semana, poco antes del 11-S.