jueves, 20 de julio de 2017

Los desastres de la presbicia


Yo no lo sabía, pero cuando eres madre, llegan males asociados a tu condición que han llegado para quedarse. Uno de los más obvios es el de la sobreprotección. El miedo a que a tu bebé le pase algo. El convencimiento de que, si algo malo ocurre, tú morirás porque tu vida dejará de tener sentido. Luego vas asimilando la cuestión, han llegado dos, si algo le pasa a uno no puedes pensar en abandonar al otro. Y de hecho te relajas, dejas de anticipar supuestos e intentas no pensar. Las estadísticas dicen que nada pasará. Pero y si...
En lo físico, esa ya es otra cuestión. Cada mujer es un mundo; las hay que se quedan igual, pero no es mi caso. Siete años después y dos partos, aún no he recuperado mi peso original. Pero no me quejo, tengo dos hijos bellos, de buena constitución, cuando me siento mal les miro a ellos, tan perfectos. Mi tiempo ya pasó. Y además la belleza es relativa, y todas esas cosas...
Lo cierto es que ya tengo una edad, y lo peor ha sido perder la vista; maldita presbicia. Tengo el convencimiento de que leo mucho menos desde los primeros síntomas de vista cansada. Pero eso no ha sido lo peor. Lo más doloroso ha sido ver borroso el rostro de mi hijo. Me operaría solo para poder ver su carita, muy de cerca, sin verle borroso.
Hace poco se generó un debate -uno de tantos- sobre tener o no tener hijos. Yo pasé muchos años convencida de que no los tendría.
Y de hecho no tengo una justificación, ¿por qué los he tenido? Pues no lo sé, supongo que fue por un acto de amor, y también por el ultimátum que me imponía el reloj biológico: o ahora o nunca. Y no me arrepiento, aunque sé que éste es un tema de aquellos que generan debate, porque hay padres y madres que sí se arrepienten, y no soy yo quién para juzgarlos. Hay sin embargo otros que hacen de la maternidad una bandera, y también me está bien. A fin y al cabo lo importante no es eso, sino la responsabilidad. No importa lo que pienses, mientras seas responsable.
Hoy en día tenemos que lidiar con miles, millones de personas heridas en su más tierna infancia, que hoy en día son nuestras parejas, nuestros jefes, nuestros dirigentes... Personas con los valores torcidos, personas tóxicas a veces, y otras directamente malas. Cuando eres madre, cuando eres padre, la mayor obsesión a mi juicio es modelar a buenas personas. Personas fuertes, pero también buenas, creativas, inteligentes, con una excelente autoestima, empáticas, y ante todo buenas personas, insisto. Con una bondad que no pisotee al otro, no xenófoba, no racista, solidaria, atenta, responsable, respetuosa, empática... Y tantas otras cosas. Sólo así, a mi juicio, tener hijos cobra sentido. Sino, ¿para qué?



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