sábado, 17 de junio de 2017

Faites l'amour, pas la guerre


Anoche vi a una mujer negra,espigada, hacia la una de la madrugada, arrastrando un carrito de la compra, yendo hacia la plaza Lluís Companys. Probablemente debía ser senegalesa y está de ramadán (o kareem, como dicen allá); iba vestida con uno de esos coloridos trajes que en versiones tan distintas he visto en Mali, Burkina o Senegal, con el mismo  dibujo estampado en el pañuelo que cubre la cabeza. Era una sola mujer, pero por un momento, me retrotaí a tiempos pasados e imaginé todo lo demás: las callejuelas de arena, el calor húmedo y asfixiante, las bocinas de los coches, la vida que despierta de noche.

De día, sólo hay vida al abrigo de las sombras, al lado de una cocinilla de carbón con la que se hace el té, uno tras otro, a un ritmo sosegado.
Mientras, se habla o se discute, se escucha más a menudo awoh en bambara (sí) o abori en songhai (muy bien) que voces más altas unas de otras, o amagos de confrontaciones físicas, que también las hay. Es lo más parecido a ver la vida pasar mecidos en el más profundo "dolce far niente", del que son auténticos maestros.

Mientras, las mujeres lavan la ropa llevando a los pequeños a la espalda atados con un pañuelo. En los pueblos van al río y en las ciudades lo hacen en los patios. Muchas, la mayoría, no han visto una lavadora en su vida. Las mismas mujeres cocinan en cuclillas o friegan de rodillas. Muy temprano, también en los pueblos, agarran sus petates y recorren a pie kilómetros (veinte o treinta, a menudo) para llegar al mercado semanal y vender sus mercancías: el pez salado, o las verduras de la temporada, o quizá los collares que han elaborado a corrillo con otras mujeres. Es el momento de oír sus risas. Yo imagino que comparan las vergas de sus maridos, o a lo sumo, les critican. Las hay que tienen suerte; al existir una deuxième o, incluso, una troisième, reciben su visita tan solo un par de veces por semana.

Las mujeres de los países sahelianos que conozco no están para remilgos. Muchas de ellas tienen mutilado el clítoris por un imperdonable error de interpretación: el corán no dice nada de la mutilación genital de las mujeres, pero creen que sí. La terrible confusión viene dada por mezclar sus creencias ancestrales animistas con la práctica del islam. Esas mujeres no sienten nada cuando hacen el amor, pero engañan a maridos y amantes diciendo que sí, que ha estado bien. Y así se los quitan de encima.

Digo amantes porque, al contrario de lo que ocurre en los países árabes, si un hombre no les sirve, las mujeres al sur del Sahara no tienen reparo en buscarse a otro. En general, no creen en el amor. Creen en el dinero y en la protección. Cuanto más lleno tenga un hombre el bolsillo, más atractivo es para ellas. Lo que aquí llamamos pragmatismo, allí es una cuestión de supervivencia. Es lo que tienen las sociedades patriarcales: ellas paren a los hijos, cocinan, limpian, van a buscar el agua a los pozos, muelen el mijo, y muchas veces, llevan el sustento a las casas. Pero necesitan la protección del hombre. Y sin amor.

Todo esto viene a colación de este verano infernal y adelantado que estamos viviendo. En un clima de crispación. Cualquiera les diría a los más encendidos y exacerbados, follen ustedes más, discutan e insulten menos. Pero cualquiera se lo dice con estos calores.

¿Y por qué me atrevo a que estas palabras queden al descubierto? Porque nuestras únicas mutilaciones son las mentales,y esas las podemos solventar. Porque podemos aparearnos debajo de la ducha, o a la luz de la luna sobre la arena de la playa, o dentro del agua en una cala perdida, y al día siguiente estaremos menos enfadados y comprenderemos mejor a la humanidad. Porque podemos intentar amar, aunque estemos convencidos de que es una fantasía, si disponemos de un poco de tiempo. Porque no tenemos que lavar a mano, ni cocinar de cuclillas, ni llevar a los bebés a la espalda. Porque aquí nos discutimos sin control, con lo bien que estaría que imitáramos a los dogones y sus togunas (en la foto), construcciones con techos muy bajos donde celebran sus asambleas y resuelven sus rencillas. Si alguien se pone demasiado nervioso y se deja llevar por el sofoco, al intentar levantarse se da un coscorrón con el techo. La mejor lección de que el arrebato no lleva a ninguna parte.

No en vano somos hijos del 68, pero olvidamos la lección: Faites l'amour, pas la guerre. Una lástima.

2 comentarios:

  1. ostras, lo del coscorrón es supremo.
    Lo de que no nos acordamos del 68, eso da más que hablar. Pienso que la generación que lo vivió se vendió al dinero de una forma salvaje, i a los que los seguimos no nos dejaron mucho margen de maniobra
    un besazo. Dani Rambla

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  2. Eso es cierto Dani. Nos dejaron algo aturdidos, y de entre los despojos, intentamos rescatar ciertos ideales. Y en eso estamos. Aunque en nuestras manos tenemos el futuro no? (esas criaturitas que juegan juntas en el parque). Besos!

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