viernes, 10 de noviembre de 2017

Recuerdos del Níger






¿No lo sientes?, el balanceo, la barcaza navega tan lentamente que casi puedes escuchar el lamento de los muertos. En la ribera, un hombre persigue una gallina flaca, que corre y revolotea como si ya supiera que su hora llegó. La mezquita de adobe contempla, impávida, la salida del sol. El silencio secuestra los pensamientos mientras los espíritus del fuego nos vienen a buscar.
Ibrahim reza en el lecho de la orilla, es Ramadán. Montamos las tiendas y el ocaso nos señala la lumbre de la hoguera. Nos sentamos en el manto de arena del sahel. Un hombre pasa por detrás montado en una bicicleta que renquea, se le ha salido la cadena. Unos metros más allá, los bozo montan su campamento. Cantan y bailan y son ruidosos. Pasan toda la noche así, antes de partir, para seguir pescando.
Las parvadas de pájaros planean sobre el Lac Débo, parecen detenerse en los humedales. Son miles, millones, no hacen ruido. Es un espectáculo impresionante, impresionante. Pellizcan tu cuello. Asaltan tu corazón. No sabes hacia donde se dirigen, pero querrías volar hasta alcanzarles.
En Niafunké nos dan de comer a deshoras, un sonido de kora nos envuelve. Aún hay quien llora la muerte de Ali Farka Toure, con esta guitarra tocó, allí aún vive su familia. Un oriundo songhai nos ofrece uno de sus cassettes envueltos en plástico, probablemente pirata.
La curva del Niger está lejos, no así los meandros. La pinaza se desliza suavemente; no hay prisa, recorremos nuestro sinuoso sendero hacia Timbuktu.
Dejamos atrás el Djoliba, como le llaman allí, el río de ríos. Es como si perdiéramos la protección. Como si nos dejaran en un extraño libre albedrío. Tomar tierra firme después de pasar tres días navegando no es fácil.
Allí, en Timbuktu, una vez más el tiempo no es tiempo, se diluye nuestra época. Los hombres azules nos miran, majestuosos. Arrodillados, pidiendo de comer, están los bella, dicen que sus esclavos. Un camello atraviesa la calzada. Apenas a unos kilómetros los pastores los manejan por manadas. Atraviesan el río de un lado a otro, buscando ¿pastos? La aridez del sahel apenas da para cuatro briznas de sequedad.
Tomamos el té a la afueras, mientras esperamos que caiga el sol. Contemplamos Timbuktu, la perla, muda, decadente, despierta. Hoy no ha habido lengua de fuego, estamos en época de lluvia, ni se ha despertado el harmattan.
Una ligera brisa silba, anunciando a un espectro que se detiene a observarnos.
                                           
                                                                                                                (CONTINUARÁ...)




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