miércoles, 28 de junio de 2017

Amores que matan



"No te hundas", me dijo mientras hacía amago de agarrar mi mano con desgana, y colocaba su pie sobre mi cabeza, apretando con fuerza, para arrastrarme hacia el fondo de una vez por todas. Mi mano estaba a punto de escurrirse de la suya como si fuera un pescado.
Miraba hacia arriba pero no veía, tenía como aplastado el cogote y no sentía ni mis pies, ni mis manos. Creo que estaban como aleteando, pero no podría asegurarlo.
Él solo hacía que murmurar: "madre no hay más que una", "madre no hay mas que una", y no sé si lo decía por ese hijo suyo que llevaba yo en mi vientre, o por la desordenada psicopatía que había empezado a manifestarse desde que un día le dije, "vete de casa".
Desde entonces fue otro, muy otro. Le pedí perdón enseguida y, aún otorgándome cierta misericordia no alejándose de mi lado, huía de mis besos y yo lo sabía: me estaba castigando.
Lo veía en pequeños gestos y en su mirada esquiva. Una sombra se había instalado ahí, sobre la ceja. Sus muecas me parecían absurdas, pero eran constantes. No tardó en llegar la violencia, los gritos, me había convertido en su posesión, y como tal, perdido mis derechos. Ya no era yo, sino nada más que suya. O su espejo. O el reflejo de lo que él quiso que fuera, y no fue.
Y allí estaba, hundiéndome en esa piscina, con un proyecto de vida de tres meses que se vio arrastrado hacia el fondo, conmigo. Le supliqué, déjame ir, te haré feliz. Mientras lo hacía, un torrente de agua inundó, sin remisión, mi garganta. Él pudo dormir.


martes, 20 de junio de 2017

Anaïs Nin




Estaremos todos de acuerdo en que la escritura de un blog tiene mucho de diario, de pensamientos deshilachados que brotan sin control, como lo hacen las emociones y los sentimientos. Es muy difícil evitar la tentación de hacer aflorar el más profundo yo, y ahí es donde interviene el pudor, la línea que marca la frontera entre lo que debes y lo que no debes contar. A veces la razón es más sencilla de lo que parece: ni siquiera tú tienes demasiado claro qué es lo que quieres explicar, qué es lo que sientes, adónde quieres llegar. Tampoco sabes en lo que quieres ahondar. Si sirve de algo. Si vale la pena.

Y, en esos momentos, es cuando pienso en Anaïs Nin. 

Sigo un par de blogs del mismo autor que, en los últimos tiempos, ha hablado en más de una ocasión de las epifanías. La lectura, escucha o visión de una obra de arte que le ha causado una profunda conmoción. Esos sitios me han enseñado en parte qué es eso del blog, algunos de sus peligros, de sus subterfugios.

La lectura de los diarios de Anaïs Nin (en edición de bolsillo) me produjo algo muy cercano a eso que el autor explica acerca de las epifanías, aún siendo una lectura contrahecha, incompleta, una peculiar muestra de enseñar escondiendo. Hay que decir que la edición de los diarios es de lo más desafortunado que se ha dado nunca en el mundo editorial. Me estrené en este blog hablando de mutilaciones, pues bien; esos diarios están completamente mutilados, primero por la autocensura (nunca quiso hablar de su marido, por respeto), luego por la tijera que la propia Anaïs Nin aplicó en los pasajes más controvertidos (los que mostraban su inquieta sexualidad).

Pero lo peor vino después, cuando murieron ella y los implicados. En lugar de reeditar los diarios, esta vez completos, se editaron los extractos censurados -¡los extractos!- que por lo visto habían permanecido en la caja fuerte de un banco bien resguardados.

El primer conjunto de extractos en salir fue "Incesto" (Siruela), en el que la autora relataba -si no recuerdo mal, muy de pasada- un supuesto incesto con su padre. El músico Joaquín Nin-Culmell, su hermano, aún con vida, se apresuró a advertir que su hermana fabulaba. Aparte de la controversia, ese libro es infumable. Pero es el único que tengo (el segundo, "Fuegos", ya ni lo compré). Los diarios me los habían prestado. Me he vuelto loca intentando encontrarlos completos, de segunda mano.

De Anaïs Nin me gustaba todo. Su forma de escribir, su desparpajo, la forma que tenía de encadenar amantes, su cautivadora inmersión en el París de los años 30, las historias que contaba de su roce con Henry Miller, Antonin Artaud (y su teatro de la crueldad), Otto Rank (fue amante de su psicoanalista)...

Me entusiasmó leer que vivió una temporada en un barco atracado en el Sena. Pero nunca supe de qué vivía, y eso me intrigaba muchísimo.Hablaba de apuros económicos pero apenas se refería a cómo los solventaba. Durante una época escribió textos eróticos por encargo. En eso me hubiera gustado parecerme a ella, al menos por aquel entonces, cuando yo tenía veintitantos años.

A Anaïs Nin la recuerdo muy frágil, muy imperfecta, y muy fuerte a la vez. Muy parecida a muchas de las mujeres que conozco, muy parecida a mí misma, tal vez. Lo que sí tengo clara es la profunda huella que dejaron en mí sus diarios. Y si ahora resuenan como fuente de inspiración, de lo que se tercie, bienvenida sea.

sábado, 17 de junio de 2017

Faites l'amour, pas la guerre


Anoche vi a una mujer negra,espigada, hacia la una de la madrugada, arrastrando un carrito de la compra, yendo hacia la plaza Lluís Companys. Probablemente debía ser senegalesa y está de ramadán (o kareem, como dicen allá); iba vestida con uno de esos coloridos trajes que en versiones tan distintas he visto en Mali, Burkina o Senegal, con el mismo  dibujo estampado en el pañuelo que cubre la cabeza. Era una sola mujer, pero por un momento, me retrotaí a tiempos pasados e imaginé todo lo demás: las callejuelas de arena, el calor húmedo y asfixiante, las bocinas de los coches, la vida que despierta de noche.

De día, sólo hay vida al abrigo de las sombras, al lado de una cocinilla de carbón con la que se hace el té, uno tras otro, a un ritmo sosegado.
Mientras, se habla o se discute, se escucha más a menudo awoh en bambara (sí) o abori en songhai (muy bien) que voces más altas unas de otras, o amagos de confrontaciones físicas, que también las hay. Es lo más parecido a ver la vida pasar mecidos en el más profundo "dolce far niente", del que son auténticos maestros.

Mientras, las mujeres lavan la ropa llevando a los pequeños a la espalda atados con un pañuelo. En los pueblos van al río y en las ciudades lo hacen en los patios. Muchas, la mayoría, no han visto una lavadora en su vida. Las mismas mujeres cocinan en cuclillas o friegan de rodillas. Muy temprano, también en los pueblos, agarran sus petates y recorren a pie kilómetros (veinte o treinta, a menudo) para llegar al mercado semanal y vender sus mercancías: el pez salado, o las verduras de la temporada, o quizá los collares que han elaborado a corrillo con otras mujeres. Es el momento de oír sus risas. Yo imagino que comparan las vergas de sus maridos, o a lo sumo, les critican. Las hay que tienen suerte; al existir una deuxième o, incluso, una troisième, reciben su visita tan solo un par de veces por semana.

Las mujeres de los países sahelianos que conozco no están para remilgos. Muchas de ellas tienen mutilado el clítoris por un imperdonable error de interpretación: el corán no dice nada de la mutilación genital de las mujeres, pero creen que sí. La terrible confusión viene dada por mezclar sus creencias ancestrales animistas con la práctica del islam. Esas mujeres no sienten nada cuando hacen el amor, pero engañan a maridos y amantes diciendo que sí, que ha estado bien. Y así se los quitan de encima.

Digo amantes porque, al contrario de lo que ocurre en los países árabes, si un hombre no les sirve, las mujeres al sur del Sahara no tienen reparo en buscarse a otro. En general, no creen en el amor. Creen en el dinero y en la protección. Cuanto más lleno tenga un hombre el bolsillo, más atractivo es para ellas. Lo que aquí llamamos pragmatismo, allí es una cuestión de supervivencia. Es lo que tienen las sociedades patriarcales: ellas paren a los hijos, cocinan, limpian, van a buscar el agua a los pozos, muelen el mijo, y muchas veces, llevan el sustento a las casas. Pero necesitan la protección del hombre. Y sin amor.

Todo esto viene a colación de este verano infernal y adelantado que estamos viviendo. En un clima de crispación. Cualquiera les diría a los más encendidos y exacerbados, follen ustedes más, discutan e insulten menos. Pero cualquiera se lo dice con estos calores.

¿Y por qué me atrevo a que estas palabras queden al descubierto? Porque nuestras únicas mutilaciones son las mentales,y esas las podemos solventar. Porque podemos aparearnos debajo de la ducha, o a la luz de la luna sobre la arena de la playa, o dentro del agua en una cala perdida, y al día siguiente estaremos menos enfadados y comprenderemos mejor a la humanidad. Porque podemos intentar amar, aunque estemos convencidos de que es una fantasía, si disponemos de un poco de tiempo. Porque no tenemos que lavar a mano, ni cocinar de cuclillas, ni llevar a los bebés a la espalda. Porque aquí nos discutimos sin control, con lo bien que estaría que imitáramos a los dogones y sus togunas (en la foto), construcciones con techos muy bajos donde celebran sus asambleas y resuelven sus rencillas. Si alguien se pone demasiado nervioso y se deja llevar por el sofoco, al intentar levantarse se da un coscorrón con el techo. La mejor lección de que el arrebato no lleva a ninguna parte.

No en vano somos hijos del 68, pero olvidamos la lección: Faites l'amour, pas la guerre. Una lástima.