martes, 7 de mayo de 2019

El camino de la vida







Una de mis canciones preferidas se titula "We Float." La escribió PJ Harvey, una de esas artistas que llegan al alma. Ella dice que flotamos, que llega un momento en que debemos tomarnos la vida tal y como llega... En aquella canción habla de una pérdida, de caer en picado, de ver cómo la vida cambia, de perder el rumbo, de la posibilidad de morir tras un shock. Ella habla de un amor perdido, pero yo ahora pienso en la gran similitud entre todas esas pérdidas posibles, aunque algunas sean peores que otras.
En los últimos tiempos, yo he perdido algo muy valioso, probablemente más valioso incluso que el amor, que una amistad, que un trabajo... he perdido la salud. Es algo muy parecido a situarte en el borde de un precipicio, con el miedo a caer, a desfallecer por los temblores, a que ante el tropiezo ya no haya vuelta atrás. Es un miedo desconocido, el miedo a sucumbir, es una fragilidad ignota. No estamos preparados ante esa vulnerabilidad, aunque seamos más fuertes de lo que pensamos. Es una lucha por volver a ser lo que fuimos, aunque sabemos que ya nunca más lo podremos ser. Aunque sanemos, ya hemos estado en la cuerda floja, conocemos el riesgo. Escogemos el aquí, y el ahora, sin pensar más allá.
En todo ese proceso vamos de la mano de los médicos, ellos y ellas, para los que somos una prioridad. Pruebas, intervenciones, tratamientos. Nos ponemos en sus manos con confianza plena, nos dejamos hacer. Valoramos positivamente sus consejos, sus conocimientos, su experiencia. Pero junto a esa confianza, a ese acompañamiento que seguimos muchas veces con fe ciega, pensamos a veces que no estamos haciendo lo suficiente. Que queremos participar activamente en todo ese proceso de curación. Que queremos cambiar en lo profundo, comer de otra manera, respirar de otra manera, sentir de otra manera, guiar nuestras vidas sin dejarnos llevar por la penumbra del desasosiego. Pero tomar las riendas no es fácil; necesitamos herramientas, un vehículo, una puerta de entrada a nuestro interior para distinguir esas señales invisibles que nos han hecho vulnerables. No es nuestra culpa, nada lo es, pero sí somos responsables de nuestras vidas, y la medicina nos salva la vida pero nosotras debemos mantenerla.
Ahora mismo estoy trabajando con ese empeño. Y no es fácil. Desviar la mirada hacia adentro, coger el timón de nuevo, es una tarea ardua. Pero no estoy sola. Me acompañan la doctora Cristina Abadía, Concha León, Anna Gispert y todo el equipo de la Unitat de Salut Integrativa del Hospital de Terrassa, personas que te reciben con un abrazo y con una tremenda empatía, grandes profesionales con una enorme sensibilidad que saben que el camino de la vida va más allá de nuestro cuerpo físico, y que hay muchas cosas más por las que velar. Eterno agradecimiento.



El equipo voluntario de la Unitat de Salut Integrativa del Hospital de Terrassa, integrado por
Dolors Garcia, Cristina Abadia, Salut Garriga, Concha León, Antonia Alegre Ishar Dalmau y Anna Gispert
                               


viernes, 14 de septiembre de 2018

Las pequeñas cosas





La sonrisa de un niño, una ensalada de atún. El tiempo que no se para y que no transcurre. Una intervención quirúrgica sin ingreso. Un largo y costoso tratamiento. El futuro de ella. El futuro del mundo. Una paz zen en los recuerdos. El enemigo número 1. La mezcla entre todos ellos. La desilusión. La alegría que puede esperar. El techo de cristal. Un lugar en el mundo, tu lugar. El ansia verdadero y la ansiedad.  La escritura portátil. El karma y el adiós predestinado. El cambio que nunca llega. La promesa, y la espera, y un verano que no es como los demás. La espera tensa. Las sorpresas. El no puedo más pero sí puedo, y el me vuelvo a despertar. Después del sueño, sin terminar. Me levanto y aguanto. Qué más da. No sé atisbar el final... pero al final... veré tu sonrisa y tu calma. Estoy ahí para esperar. Eres parte de mi, y en ti me quedo.

jueves, 7 de junio de 2018

Reconexión





Hoy me he despertado con el blog en la cabeza y eso hacía tiempo que no pasaba. Llegué a pensar que el blog me iba a acompañar siempre, y no ha sido así. Me ha pasado lo habitual; cuando llevo demasiado tiempo tomando el mismo camino, necesito probar otro nuevo. La obligación, la rutina, el hábito, acaban despedazándose delante de mí.
Es un año extraño, de emociones, de cambios, de necesidades insatisfechas, de amargos imprevistos. Es el año del vuelo, y sin embargo, tormenta tras tormenta, resulta casi imposible iniciar el despegue. No es cosa del deseo, es la eterna resiliencia, son los cambios lentos, el actuar infecundo, el entusiasmo estéril. Hay un avance casi imperceptible, pero puede más el obstáculo. Ese techo de cristal para el que no tengo martillo.
Luego está la mala suerte, las circunstancias adversas que se hunden como un cuchillo en el frágil suflé de la vida. No son circunstancias insoslayables, ni tienen el peso de algo más definitivo, como la muerte, pero avanzan sin un fin concreto, para amargarte la vida un rato, ¿qué sinsentido, verdad? Cuando hablamos de personas, de yoes variados demasiado frecuentes, inundados de veneno y autoritarismo, casi siempre de egoísmo, echas de menos el aliento de un niño abrazándote. Alguien a quien amar, enseñar y guiar como si la vida no fuera poca cosa, como si fuera la respuesta de lo maravilloso, y adiós pena, y sufrimiento. Pero cuesta llevar de la mano a alguien esquivando los baches. Entonces optas por acurrucarte y olvidar que hay un destino, incierto, a la vuelta de la esquina.

sábado, 5 de mayo de 2018

La crisis de los 50 (II)






Habla un personaje cualquiera (no yo, eh), en una crisis cualquiera que podría ser la de los 50...


Estoy chiflada. Loca con volver a romper con todo, martiroloca, como una presa desvariada y aprensiva, ya nada me gusta (otra vez.)
Supongo que si supiera los secretos de otras personas para soportar la existencia (crearse una pantalla, un alter ego, robar en erarios públicos o en supermercados,  tomar pastillas para dormir) podría afinar y doblegarme ante una cierta normalidad, sería (y perdón por la obviedad) equivocadamente feliz.
Pero no, yo rompo, destruyo, construyo esos castillos de naipes tan frágiles y pasa lo que pasa. No me basta con vivir. Tengo que destruir, borrar del mapa. Amanecer un día cuando el día anterior he tenido a bien despedirme con la palabra fin. Se acabó. Y a escribir una historia nueva. Sin rencores, con olvido y nada más. Mi corazón estaba y ahora ya no está. Se esfumó en el abismo de una palabra.
Son ya 50 y el ciclo no tiene fin. Renovarse o morir, reinventarse, y ahogada en el recelo, la cautela, la parsimonia juvenil. Hay que vivir rápido, y menos rápido hay que irse de aquí. Creyendo en el júbilo, en la condena del ensimismamiento, en el fluir de las dos terceras partes de la libertad con la que nacimos, aquella de la que cada día perdemos un trozo.
Pierdo e invoco. Busco y mantengo mi descortesía ante el paso de las horas. El muro no tiene fin. Resbaladizo y pueril. Hay quien arrastra congoja, una congoja de seda, sin semántica, sin reglas.
Hay quien se cansa de tanta mierda. Quizá sea esa la respuesta.

viernes, 20 de abril de 2018

Sexualidad de andar por casa

El otro día la escuela a la que van mis hijos organizaba un taller sobre sexualidad y afectividad para familias con hijas e hijos en ciclo superior. Yo no pude ir por razones laborales pero una mamá me contó que dicho taller había sido....este.... horrible. Me relató algunos detalles pero retuve especialmente uno que me impactó en grado sumo: la recomendación de que la práctica del sexo debía hacerse por amor.
En paralelo, una twittera, activista y columnista referente del feminismo -Barbijaputa- ha inaugurado un programa semanal de radio en el que atiende dudas, quejas, sugerencias y opiniones que respecto al feminismo se le ocurren a sus oyentes y "oyentas" (que le envían sus audios vía telegram o whats). Yo la sigo porque me divierte, porque la gente inteligente me gusta especialmente cuando es divertida. Cuanto más me hace reír, más inteligente la considero. Es un don que envidio y admiro.
Barbijaputa, no obstante, sabe ponerse seria, o indignada, cuando la ocasión lo requiere. No es de recibo bromear con cuestiones como el feminicidio o el acoso, pero sí lo es para poner en evidencia ciertos comentarios "machunos". Ella lo hace con perspicacia y coherencia.
Pues bien, una de esas "oyentas" le planteó el siguiente dilema: ¿qué hacer ante aquellos amantes que, después de decirte lo maravillosa que eres, desaparecían al cabo de dos o tres días si te he visto no me acuerdo? La pobre había decidido dejar de tener relaciones para no tener que soportar más chascos.
Barbijaputa le recordó los estragos que ha hecho el amor romántico y le recomendó (entre otras cosas) que echara de su cama al amante de turno después de la faena.
A mí, personalmente, escuchar eso en boca de una chica joven es constatar lo poco que hemos aprendido, el largo camino que aún tenemos que recorrer y como cada generación empieza a vivir de nuevo, sin que todo aquello que creíamos superado haya servido en realidad de nada. Hablar de sexo sigue siendo tabú y, muy especialmente en el caso de las mujeres, disfrutar del sexo por el sexo sigue siendo una anomalía. Y sí, yo también he oído que existen hoy en día adolescentes que practican el sexo con total desinhibición, atesorando un desorbitado número de parejas sexuales, inusual para su edad. Pero formas y modos de vivir el sexo hay muchas, y desengañémonos: deberíamos comenzar a admitir que nuestra naturaleza es polígama, no monógama, que aún no está bien visto que una mujer sea sexualmente muy activa (y si te he visto no me acuerdo) y que casi casi me atrevería a decir que aquello que confundimos por amor no es más que una fuerte atracción sexual, y que el amor es más bien una convención, un pacto, un acuerdo, una apuesta, una elección. Por eso me parece a mí (volviendo a los "sexólogos" del principio) que aquello del sexo por amor, o incluso el "hacer el amor", es más bien una fantasía. Si le amas y además le deseas pues "chapeau", pero eso, amiga, no dura toda la vida. Al sexo hay que reinventarlo y el amor es el poso que queda.
Barbijaputa, con su programa, me recuerda tanto tanto tanto (salvando por supuesto todas las distancias del mundo) a aquellos programas que oía mi madre (y yo con ella algunas veces, cuando era niña), el Consultorio de Elena Francis. Oírlo ahora me sonroja. Cualquier feminista lo haría, sonrojarse y asombrarse pero, ¿tanto hemos cambiado? Probablemente no.





sábado, 31 de marzo de 2018

Vampiros como nosotros












Sálvese quien pueda.
Retumba entre los gemidos de una manada obscena.
Aplausos para el coloso, 
se hunde tan pancho en su propio barro 
y descifra el camino sin capitán que valga, 
se hunde en la absurdidad.
Repliega el talento y se funde entre unos labios carnosos, 
carcomidos entre atajos de suspiros, y es tan falso, y te confunde, 
por más que pareciera real más y más se vuelve esquivo.
Apuntas en la libreta "quiero escapar" y él saca sus colmillos.
Ganó el vampiro.
Game out.

martes, 27 de marzo de 2018

¿Es esto deseo?




Hay un ente, oscuro, y es el deseo. El ingrávido poder de desarmarnos. El pensar, por un instante, en la longevidad de una caricia inflamada por la huella de un suspiro. Se desploma la eternidad. Y entonces el celo toma su sitio. Y no es sólo sexo, y no es destino, quizás cuatro acordes vivos concatenándose , no lo puedo explicar, no lo sentí jamás. ¿Es amor? ¿Son luciérnagas burlándose? Mi cuerpo ya no es mío y sin embargo, está. No me lo explico. Renegar, jamás.