martes, 30 de enero de 2018

La crisis de los 50 (I)






Es un  poco pronto para tener la crisis de los 50 sin tener 50, pero como el acontecimiento es cercano, aunque no inminente, quizá sea un buen momento para utilizar el poder liberador de la palabra para asomarme al auténtico abismo que intuyo ante mí.
Me siento en la cumbre de la montaña rusa, sentada en la carretilla y con el cinturón bien abrochado, en ese momento de pausa antes de que la carretilla se deslice, primero lentamente y luego a gran velocidad, por raíles que me conducirán a la ingravidez, sin más combustible que el pánico y sin más desenlace que el único desenlace posible.
Es esa sensación de estar en el inicio del declive, cuando ya no es posible escribir, sino reescribir. Puede que haya algo nuevo que aún esté a nuestro alcance (plantar un árbol o algo así), pero si no lo hicimos antes fue quizá porque creímos que no era importante, o que no éramos capaces. A cambio hemos perseguido obstinadamente, a menudo con criterios equivocados, el amor verdadero, la felicidad plena, la realización, la satisfacción.
El mundo es pequeño y a la vez está hecho de pequeñas cosas. Estamos poco acostumbrados a mirar la vida despacio, todo ha pasado muy rápido. Y hay cierta sensación de involución, hay cosas que son peor que antes. Pero estamos aquí agarrados a la vida, y yo lo haré, bien agarrada a mi carretilla para no salir despedida.


(La canción que yo cantaba antes de los 5 años.)

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