domingo, 11 de febrero de 2018

Paradero desconocido








En un agujero, vil y tramposo, se metió el mercenario con sus cuatro dedos ensangrentados, dos de ellos semejantes a culebras danzantes, sin armas ni gritos ni proezas. No siento las manos cuando me acuerdo del vil crimen, del desenlace, no siento el corazón latiendo, no siento ganas, no siento deseo, no oigo si dudas, no quiero ahogarme en tu mar.

Despierto, el silencio me hunde  en este invierno y asumo el destino incierto. Cierro los ojos, le veo, al albur de la bruma desencadena su azote de desenfrenos. Busco calma y siento hastío, nada cambia, siempre gana el mercenario en su quejido, reniega y llena el agujero de sombras, como en una caldera. Nos espera el parnaso y no hemos hecho nada. Tan quejosos y tan inmóviles. Nos ha ganado esta sucinta, ingrata, rutina absurda; el aburrimiento de seguir siendo más de lo mismo.

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