jueves, 7 de junio de 2018

Reconexión





Hoy me he despertado con el blog en la cabeza y eso hacía tiempo que no pasaba. Llegué a pensar que el blog me iba a acompañar siempre, y no ha sido así. Me ha pasado lo habitual; cuando llevo demasiado tiempo tomando el mismo camino, necesito probar otro nuevo. La obligación, la rutina, el hábito, acaban despedazándose delante de mí.
Es un año extraño, de emociones, de cambios, de necesidades insatisfechas, de amargos imprevistos. Es el año del vuelo, y sin embargo, tormenta tras tormenta, resulta casi imposible iniciar el despegue. No es cosa del deseo, es la eterna resiliencia, son los cambios lentos, el actuar infecundo, el entusiasmo estéril. Hay un avance casi imperceptible, pero puede más el obstáculo. Ese techo de cristal para el que no tengo martillo.
Luego está la mala suerte, las circunstancias adversas que se hunden como un cuchillo en el frágil suflé de la vida. No son circunstancias insoslayables, ni tienen el peso de algo más definitivo, como la muerte, pero avanzan sin un fin concreto, para amargarte la vida un rato, ¿qué sinsentido, verdad? Cuando hablamos de personas, de yoes variados demasiado frecuentes, inundados de veneno y autoritarismo, casi siempre de egoísmo, echas de menos el aliento de un niño abrazándote. Alguien a quien amar, enseñar y guiar como si la vida no fuera poca cosa, como si fuera la respuesta de lo maravilloso, y adiós pena, y sufrimiento. Pero cuesta llevar de la mano a alguien esquivando los baches. Entonces optas por acurrucarte y olvidar que hay un destino, incierto, a la vuelta de la esquina.

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