martes, 26 de diciembre de 2017

Nacimiento (con dolor)







La imagen que ilustra este texto es una de esas estampas más o menos virales que nos recuerdan que estamos en Navidad. Su autora es la fotógrafa británica Natalie Lennard, y la imagen representa el nacimiento de quienes ustedes y yo sabemos, el hijo de Dios hecho carne y hueso. El suyo es, probablemente, el nacimiento más representado de la historia de la humanidad, y sin embargo, nunca antes nos habíamos hecho una idea tan exacta de cómo pudo ser, en realidad, la llegada a este mundo de Jesús de Nazaret.

Hay una señora que ha ido a un colegio del Opus Dei que ha escrito un artículo en el que sostiene (en un tono pretendidamente de guasa, pero que no hace demasiada gracia)  que Lennard "ha metido la pata hasta el rejo" ya que María no sólo fue concebida por obra y gracia del Espíritu Santo (ese desdoblamiento tan poco empírico de nuestro reivindicado Creador), sino que además parió sin dolor y que, para acabarlo de complicar, tras hacerlo continuó siendo virgen. Pues menuda suerte la suya.

Ese "regalito" pudo ser quizá un acto de compasión del Dios Todopoderoso, anticipándose a los sufrimientos y penurias de María, que no sólo pudo ser tachada de adúltera sino que vio morir a su único hijo en la cruz. Pero ese Dios Todopoderoso no siempre ha sido compasivo; si hay que buscar a un culpable, él es el responsable de que las mujeres tengamos que parir con dolor. He aquí una de las traducciones de la maldición que nos lanzó desde el Génesis: " A la mujer le dijo: «Cuando tengas tus hijos, ¡haré que los tengas con muchos dolores! A pesar de todo, desearás tener hijos con tu esposo, y él será quien te domine»." En fin (con frases como ésta entiendo porqué soy atea).
  
A mi esa imagen de María pariendo en el establo me evoca muchas cosas, muchísimas. El primer recuerdo sea quizá el de una película. Una mujer paría a solas detrás de un arbusto, en cuclillas, sin gritar, sólo gimiendo. Colocaba las manos bajo su pubis y así recibía al neonato, ensangrentado. Cortaba con los dientes el cordón umbilical y luego limpiaba a su hijo con las hojas y ramajes que encontraba alrededor. Lo envolvía en un pañuelo y seguía su camino. Supongo, sólo supongo, que antes debía esperar a expulsar la placenta. Que la imagen me pareciera a mí realista no significa que lo fuera.

A veces pienso que me hubiera gustado parir así, de modo salvaje, como los animales. Pero he pasado por eso y bendigo la epidural que me pusieron, la bendigo, aunque también la detesto.

Soy adulta y sé que el dolor del parto no es un castigo divino, sino un peaje que debemos pasar las mujeres a cambio de la posición bípeda. El estrechamiento de la pelvis nos ayuda a caminar bien, pero nos complica el parto, y también la maduración cuando nacemos. Ni siquiera nuestro cráneo puede estar del todo formado para poder atravesar el canal del parto. Todo tiene un sentido, un por qué... incluso esa dolorosas contracciones con las que culminamos hasta nueve meses de experiencias varias (a veces penurias), y una transformación física inaudita, que a veces conlleva secuelas más o menos duraderas.


Tal como ya nos anticipó el Todopoderoso, el embarazo y el parto tienen bien poco de feminista. Hay mujeres a las que encanta o les ha encantado estar embarazadas, pero no me cuento entre ellas. Desde luego no estoy defendiendo el embarazo artificial o la selección de embriones a lo Aldous Huxley en "Un mundo feliz", pero en tiempos modernos como son los nuestros, ambas vivencias son a menudo fuente de inseguridades e inferioridades.

Me voy a centrar, sin embargo, sólo en el parto, ese acto natural que con la entrada en acción de la epidural se ha convertido en uno de los temas más controvertidos de la maternidad. La epidural es en sí misma un milagro, pero todo lo que la rodea es tan cuestionable que muchas mujeres ya llevan un tiempo optando, con resignada devoción, por el parto natural.


Sólo al parir entendí lo que significaba la excesiva medicalización. Renunciar al dolor significa aceptar la oxitocina (la anestesia interrumpe las contracciones, con la oxitocina por vena las recuperas) y te obliga a colocarte las correas para controlar el sufrimiento fetal y qué se yo... todo está muy estudiado y justificado pero ahí estás tú, queriendo moverte, atada a una cama mientras vete tú a saber si tu hija está encontrando el camino hacia el oxígeno o no. La matrona, sin mediar palabra, incluso a veces te rompe las aguas; al final no sabes si aquello es una sala de maternidad o una fábrica de nacimientos en cadena. Eso es así especialmente si se te ocurre parir en luna llena. Tú has llegado ahí tan feliz, con tu plan de parto en la mano, y acabas pariendo, fíjate tú qué casualidad, justo al término de la jornada laboral de tu comadrona, sin haber decidido nada y sin rechistar. Aunque puede que las cosas estén cambiando; se descartan las episiotomías sistemáticas y quién sabe si hay menos césareas. Pero a las mujeres no nos dejan parir de cuclillas sino es en los hospitales de parto respetuoso, y ya no digamos parir en casa, como en otros países, en los que si no hay complicaciones te mandan la comadrona a casa.


Difícil elección. Parir con dolor, con todo lo que eso conlleva de preparación (si quieres minimizarlo) o "pasar por el aro", abandonada a tu suerte y más o menos mejor atendida dependiendo del equipo que te toque (con el riesgo de escuchar comentarios del tipo "pero cómo te puede doler tanto, si sólo has dilatado x centímetros. Al cabo de media hora ya has dilatado entera.) O trasladándote a otro hospital, que no te toca por zona, dónde te han contado que practican el parto respetuoso.

¿Qué pensarán de nuestras tribulaciones las miles de mujeres que mueren al día en el mundo durante el parto? Mujeres que, como María, deben parir en establos, sin garantías. Pero con un parto natural y en cuclillas. ¿No podemos encontrar un punto medio, por Dios? ¿O es demasiado pedir?









2 comentarios:

  1. Pam, me gusta tu articulo y como te cuestionas tantas cosas, pero creo que al final todo es más sencillo de lo que parece. Yo parí en casa a mi segundo hijo Biel...con Berta no fue posible porque los trabajos de dilatación fueron muy largos. Te aseguro ha sido una de las experiencias mas intensas de mi vida y que lo ultimo que recuerdo es sufrimiento. Gracias por tus reflexiones

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    1. Gracias a ti Anna! La verdad es que me refiero más bien a dolor que a sufrimiento... ya sabes que las mujeres somos más bien "sufridas" y tenemos el umbral del dolor bastante alto ;). En cualquier caso, me dáis mucha envidia, sana, las que habéis parido en casa!

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