martes, 20 de junio de 2017

Anaïs Nin




Estaremos todos de acuerdo en que la escritura de un blog tiene mucho de diario, de pensamientos deshilachados que brotan sin control, como lo hacen las emociones y los sentimientos. Es muy difícil evitar la tentación de hacer aflorar el más profundo yo, y ahí es donde interviene el pudor, la línea que marca la frontera entre lo que debes y lo que no debes contar. A veces la razón es más sencilla de lo que parece: ni siquiera tú tienes demasiado claro qué es lo que quieres explicar, qué es lo que sientes, adónde quieres llegar. Tampoco sabes en lo que quieres ahondar. Si sirve de algo. Si vale la pena.

Y, en esos momentos, es cuando pienso en Anaïs Nin. 

Sigo un par de blogs del mismo autor que, en los últimos tiempos, ha hablado en más de una ocasión de las epifanías. La lectura, escucha o visión de una obra de arte que le ha causado una profunda conmoción. Esos sitios me han enseñado en parte qué es eso del blog, algunos de sus peligros, de sus subterfugios.

La lectura de los diarios de Anaïs Nin (en edición de bolsillo) me produjo algo muy cercano a eso que el autor explica acerca de las epifanías, aún siendo una lectura contrahecha, incompleta, una peculiar muestra de enseñar escondiendo. Hay que decir que la edición de los diarios es de lo más desafortunado que se ha dado nunca en el mundo editorial. Me estrené en este blog hablando de mutilaciones, pues bien; esos diarios están completamente mutilados, primero por la autocensura (nunca quiso hablar de su marido, por respeto), luego por la tijera que la propia Anaïs Nin aplicó en los pasajes más controvertidos (los que mostraban su inquieta sexualidad).

Pero lo peor vino después, cuando murieron ella y los implicados. En lugar de reeditar los diarios, esta vez completos, se editaron los extractos censurados -¡los extractos!- que por lo visto habían permanecido en la caja fuerte de un banco bien resguardados.

El primer conjunto de extractos en salir fue "Incesto" (Siruela), en el que la autora relataba -si no recuerdo mal, muy de pasada- un supuesto incesto con su padre. El músico Joaquín Nin-Culmell, su hermano, aún con vida, se apresuró a advertir que su hermana fabulaba. Aparte de la controversia, ese libro es infumable. Pero es el único que tengo (el segundo, "Fuegos", ya ni lo compré). Los diarios me los habían prestado. Me he vuelto loca intentando encontrarlos completos, de segunda mano.

De Anaïs Nin me gustaba todo. Su forma de escribir, su desparpajo, la forma que tenía de encadenar amantes, su cautivadora inmersión en el París de los años 30, las historias que contaba de su roce con Henry Miller, Antonin Artaud (y su teatro de la crueldad), Otto Rank (fue amante de su psicoanalista)...

Me entusiasmó leer que vivió una temporada en un barco atracado en el Sena. Pero nunca supe de qué vivía, y eso me intrigaba muchísimo.Hablaba de apuros económicos pero apenas se refería a cómo los solventaba. Durante una época escribió textos eróticos por encargo. En eso me hubiera gustado parecerme a ella, al menos por aquel entonces, cuando yo tenía veintitantos años.

A Anaïs Nin la recuerdo muy frágil, muy imperfecta, y muy fuerte a la vez. Muy parecida a muchas de las mujeres que conozco, muy parecida a mí misma, tal vez. Lo que sí tengo clara es la profunda huella que dejaron en mí sus diarios. Y si ahora resuenan como fuente de inspiración, de lo que se tercie, bienvenida sea.

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